poco a poco empenzarón las obras. Y, aunque la isla se negara a ello, la insitencia del puente ganó fuerza (más bien la fue ganando, progresivamente) y, al cabo de un rato - la isla sigue sin nociones de tiempo concretas - la "invasión" estaba hecha.
en el acto insoportable de saberse invadida, la entonces tapa flotante logró un placer insólito, una perversidad incontrolable de sentirse por una otra vez aceptada y aceptable.
decíase a sí misma, en su intimidad concreta, que en el fondo, el acto de entrega se podría convertir en una experiencia más y, así, lograr un sentimiento más a añadir a lo ya vivido.
pero por un instante, la isla logra evadirse de su autismo y se olvida de su melancólico abandono. y se entrega de tal forma que vuelve a unirse con el mundo exterior, resucita la coexistencia con los demas y se abre a la ocupación, al desgaste físico y psicológico. pobre isla, dicen. pero habrá que reconocerlo: ¡vaya puente mas bonito se ha construído!
hubo una vez un puente. y la isla - porque es isla y se asusta con lo ajeno a si misma - sentió pánico, vio como se le temblaban las rocas en esa perforación inesperada.