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"Por la mañana, obstinados todavía en la duermevela que el chirrido horripilante del despertador no alcanzaba a cambiarles por la filosa vigilia, se contaban fielmente los sueños de la noche. Cabeza contra cabeza, acariciándose, confundiendo las piernas y las manos, se esforzaban por traducir con palabras del mundo de fuera todo lo que habían vivido en las horas de tiniebla".
CORTÁZAR, Rayuela
A lo mejor se te pasa contigo también. A mí me suele pasar: mirarme al espejo y no alcanzar verme; salir a la calle y no encontrar mi propria sombra por entre los miles de sombras que hay; dejar el cine y no sentir que haya pasado nada en los ultimos 120 minutos. Todo esto es tan real que uno deja de creerse en si mismo, deja de saber posicionarse en un punto concreto de lo que sea, de la vida, del cotidiano. El espejo ya no te mira porque solo le mira uno mismo. La sombra desaparece porque se ha hecho real, un ser autónomo y ya no necesita que la sujetes. Y en la película, por lo que sea, ya no hay personajes y papeles sino volumenes concretos de realidad, de tu realidad. Y es entonces cuando te atrapa el miedo, cuando te das cuenta de que ahí (¡o aquí!, ¡o dónde sea!) solo estás tú. Te acojona que lo que no veas en el espejo seas tú mismo, te mata por instantes que lo de la sombra sea la prueba de tu soledad y te destroza que la pelí se te haga tan nítida que olvides la pantalla, las sillas y los demás en la sala.
Todo esto se pasa conmigo.
Dejar de creerme, no lograr encontrarme donde sea, sentir que no hay salida o llegada y incluso sentir que no he llegado siquiera a partir...